Hay santiaguinos que en lugar de ir al teatro, prefieren traer las obras a su hogar. Hay espectadores, además, dispuestos a trasladarse hasta azoteas, casas y departamentos ajenos para ver un espectáculo. Son las performances en formato casero que el Festival Escena Doméstica(1) está instalando en Santiago.
Hace más de un año, tres amigos -la historiadora María José Cifuentes, el sociólogo Simón Pérez y el coreógrafo Jorge Tieffenberg, todos entre 20 y 30 años- tuvieron una idea: crear un festival de artes escénicas, que en lugar de ocurrir en una sala de teatro convencional, se montara en distintas casas, departamentos y azoteas de Santiago. Lo bautizaron Escena Doméstica y para difundirlo crearon un blog.
En el blog se convoca, por un lado, a compañías emergentes para exhibir una obra en formato casero y, por otro, a ciudadanos comunes y corrientes a prestar sus hogares como escenarios.
Hoy, este tipo de actividades ya adquirió el nombre de «festival», porque se hacen cuatro fines de semana al año y durante los tres días: viernes, sábado y domingo, en tres propiedades distintas cada vez. No importan los tamaños de las casas. «El único requisito es que queden cerca de una estación de Metro o en una esquina a la que sea fácil acceder», explica María José.
Por seguridad, los organizadores nunca revelan las direcciones donde se realizan las funciones y, por eso, citan al público en un punto de encuentro al que sea fácil llegar y lo esperan con una pancarta en las manos que tiene impreso un logo de una casa rosada. Desde ese lugar caminan todos juntos hasta el lugar del espectáculo. «El trayecto no supera las tres cuadras. Como la gente no sabe dónde va, el paseo por la ciudad se vuelve parte del enigma. Es como si Santiago fuera parte de la escenografía y lo descubrieran de nuevo», revela Simón sobre este formato teatral que se ha montado en una quincena de hogares, la mayoría ubicados en el barrio Italia(1), el centro histórico y Providencia(1).
Las funciones pueden ser de teatro o danza y necesitan un mínimo de 20 espectadores.
Lo que hace Escena Doméstica es salir a buscar ese público a las redes sociales y una vez que llena los cupos, les envía al teléfono y al correo electrónico las coordenadas. «Metro Bustamante, salida poniente, 19.30 horas», fueron las instrucciones que envió María José un caluroso domingo de diciembre. Como en una cita a ciegas, en la esquina de Bilbao con Ramón Carnicer, ella estuvo esperando con un cartel y una vez todos reunidos, cobró los $ 3.000 de entrada.
Daniel, un ingeniero, fue uno de los espectadores en esa ocasión. El se enteró de este festival gracias a un amigo con el que se encontró una vez en el Metro Bellas Artes. «Le pregunté qué obra iba a ver y dónde, y me dijo que no sabía, pero que seguramente lo llevarían a una casa o terraza particular. Me bajó la curiosidad y desde entonces no he dejado de ir», cuenta.
Esa vez, la cita fue en una azotea de 100 m2, en un antiguo edificio de cuatro pisos ubicado a cuatro cuadras del Metro Bustamante. Cuenta que al llegar al umbral del inmueble, dos actores -Francisco y Consuelo- le dieron la bienvenida: «Veremos la obra Reconstitución de Escena. Los que vengan en bicicleta estaciónenlas en los árboles y acompáñennos hasta arriba», les sugirieron.
La escena salió de lo común: sobre la terraza y con un paisaje de torres altas y pequeñas de fondo, comenzó el show. La casa era de de Leyla Sánchez (27), quien prestaba por primera vez su hogar. «Tenía ganas de generar un punto de encuentro en la ciudad y por eso abrí mi casa. La experiencia te permite, además, compartir con tus vecinos, ya que para no tener líos por el ruido, los invitamos».
Los espacios donde se arman las funciones apenas son intervenidas. «Esa vez pusimos sólo un parlante, un televisor, un micrófono y algunas guirnaldas», explica uno de los protagonistas de la obra, Francisco. Y su compañera Consuelo agrega: «No fueron pocas las personas que se asomaron desde sus departamentos a mirar».
Esa es la idea y más: los anfitriones tienen la delicadeza de ofrecer una copa de vino antes o después de la función. «Es como si tú invitaras a alguien a tu casa y quisieras darle la bienvenida», explica María José.
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